Por lo general, los carteles publicitarios sufren cada día vejaciones varias. Es lógico: ellos invaden el espacio público para anunciar eventos privados y los ciudadanos se vengan justamente humillando a sus protagonistas.
Normalmente, estas humillaciones son infames y con poca gracia. Pero hay gloriosas excepciones (también en el Metro). Una de ellas me la encontré anoche en la calle de Valencia, muy cerquita de la Casa Encendida:
(Si queréis ver el cartel en todo su explendor, pinchad en la foto)
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